El debate electoral demostró claramente que candidatos tienen bien definida su marca personal

Anoche cientos de españoles se situaron delante del televisor para ver, como cada cuatro años, lo que se llamó «El debate decisivo». Aunque las encuestas hoy dan como claro vencedero al líder de Podemos, Pablo Iglesias, lo cierto es que no quedó del todo claro. Soraya Sáenz de Santamaría, estuvo bien, defendió como pudo el hecho que que Rajoy no hubiera tenido las agallas de enfrentarse a sus rivales. Estuvo bien, correcta y ágil. Lo llevaba bien preparado, de eso no cabe duda, pero le faltó la espontaneidad que enarbola en muchas de sus intervenciones.

Lástima que una buena oradora se tenga que ven en semejante trance y sobre todo, ser objeto de burla en la red, porque internet es muy ágil y a los pocos minutos de iniciarse el debate,  twitter ya estaba inundado de «memes».

Rivera jugó la baza de Cataluña con maestría y la de la no confrontación. Se mostró complice con todos y con nadie, con esa media sonrisa estudiada de tahur experimentado. Y ambos, él e Iglesias hablaban al PP y al PSOE como quien habla de viejas glorias, como si ya no tuvieran nada que decir y el futuro fuera de ellos, y es verdad que vienen pisando fuerte, pero las urnas aún tienen que pronunciarse.

¿Y Pedro Sánchez? Ni está ni se le espera, su aspecto de galán de telenovela no le salvó de una intervención desastrosa, sin argumentos y rodeada por el nerviosismo. Además, de las pullitas constantes de un Pablo Iglesias que quiere comerle el terreno, y le hablaba en tono paternal para decirle en pocas palabras «si tu no mandas nada».

Y los encuadres de cámara de Atresmedia no ayudaron, esos planos en los que Sánchez aparecía en grandes dimensiones y Saénz de Santamaría diminuta, mientras que Iglesias y Rivera tenían un aspecto medio. Esto no es casualidad, transmitía la sensación de que la del PP no era nadie, que se la comían entre todos y que se iba haciendo pequeñita, lo cual no era para nada real; el otro, el líder del PSOE parecía engrandecido, creando una imagen de soberbia, de superioridad, dejando visualmente como las opciones más centrales, más cautas, más estables a los dos nuevos partidos.

¿Y la ropa? Iglesias informal como siempre, Rivera con traje (eso sí con una corbata granate para llamar la atención del espectador). Los dos vestían como nos tienen acostumbrados por eso no chirriaba, ni molestaba. Los dos tienen una buena marca personal, definida y estudiada, y por eso la explotan en todo momento.

Pedro Sánchez, iba arreglado pero informal. Error, no le pegaba, quería ser moderno sin lograrlo, conectar con el sector descontento de la izquierda que se le ha marchado a Podemos, pero él no es Pablo Iglesias, ni debe serlo. Eso sí, él también llevaba la consabida corbata roja para captar la atención.

Y Soraya… Ni que decir tiene que pretendía dar una imagen de sobriedad hasta el punto que se coló una señora mayor en el plató y no nos dimos cuenta. Esa chaqueta aterciopelada que no luciría ni mi abuela, esos botones anchos que nacían desde el cuello, le creaban una imagen desgarbada, sin forma y que para nada le pegaba a una persona de su edad. Quería dar imagen de señorona, eso está claro, pero desentonaba de principio a fin.

Lo ideal es que hubiera suavizado su imagen con tonos pastel, que hubiera elegido un modelo que resaltara su figura y no que hubiera intentado parecerse a Margareth Tatcher. Quiso demostrar que es muy fuerte, que pese a que le tocaba bailar con la más fea, podía con todo, pero se equivocó.

En cuanto al lenguaje gestual, Pedro Sánchez, como durante todo el debate iba cambiando su estrategia, estaba muy nervioso y se notaba, le faltaba entrenamiento en estas lides. Y se lo dijo Iglesias, tenía que haber ido a más debates de televisión. Sáenz de Santamaría, miraba a los presentadores y a sus oponentes, correcta, sin matices, no hay más.

Rivera miraba a sus rivales y buscaba la complicidad de la cámara, este ya lo tenía un poco más estudiado, sabía que a quien tenía que convencer no era a los otros tres que lo acompañaban en el plató, los miraba por cortesía y porque variar el plano siempre queda bien. Iglesias, miraba en todo momento a un ente etéreo, a esa masa, a ese pueblo que él defiende. Conoce la forma de hablar en grandes mitines, al estilo latinoamericano y lo traslada a cualquier ámbito. Sabe hacerlo y lo domina. Cuando se dirigía a sus oponentes, acompañada sus palabras con un gesto con el brazo pero no con la mirada, como diciendo no tengo nada que ver contigo. Tan sólo lanzo una mirada de amante furtivo a Rivera al mencionar de pasada que en algún punto estaban de acuerdo.

No voy a hablar de vencedores, sino de perdedores. Sánchez pasó desapercibido, Sáenz de Santamaría, hizo lo que pudo dado que tenía que bailar con la más fea, Rivera estuvo muy bien e Iglesias se lo pasó a lo grande y brindó momentos de humor a los telespectadores, lo cual siempre entretiene.

¿Y Garzón? Pobre, ni si quiera se contó con él.

Sin embargo, lo que está claro es que quien perdió el debate es el que no se dignó a aparecer. Desde Moncloa no se ganan elecciones y eso, un candidato lo debería de saber.

 


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