Esta semana pasada me sumergí en el túnel del tiempo cuando acudí a la fiesta de inauguración de Las Ánimas, mejor dicho, de su resurgimiento, aunque no se lo que les durará.
No me mal interpretéis, les deseo la mejor de las suertes, sobre todo porque en ese pub mítico de Valencia pasé muchas noches marcando el paso o sujetando una copa, concretamente un gin tonic, porque solían hacer los mejores de la ciudad cuando aún se basaban tan sólo en ginebra, tónica y zumo de limón.
En cualquier caso, centrándome en lo que nos ocupa, el jueves pasado acudí a degustar la carta que ofrece el restaurante y ver que se cocía en el ambiente. Periodistas, celebrities valencianas y algún futbolista retirado.
El aspecto del local, salvo que las lámparas rococó de la barra habían desaparecido y que la vitrina de muñecas se había transformado en una bodega, distaba poco de la imagen que yo guardaba.
La comida correcta, muy bonita, muy bien decorada, pero sin grandes artificios para el paladar. Durante la cena, música en directo en algunos momentos y en otros la de un Dj, en penumbra, muy íntimo, con un aire cosmopolita.
Pero a las 00:00 horas cual calabaza de cenicienta se transforma. La música sube y las luces vuelven a girar, es el anuncio de que hay que acabar el café porque se tienen que retirar las mesas para dejar libre la pista, y que de nuevo, el espíritu de Las Ánimas, las de siempre invada todo.