Aún no ha empezado el mes de abril, pero su inminente llegada hace que la canción de Sabina repique en mi cabeza y por extensión, mi cabeza, que hacia ya tiempo que no se dedicaba a pensar en otra cosa que no fuera en las campañas de otros, en la comunicación de otros, y en el presente (casa, colegio, hijos…) vuela de forma caprichosa al mundo de los recuerdos y me sitúa en largas noches de música, risa y cubatas en Ruzafa con mis amigos.
Noches de charlas interminables, de bromas sin sentido cuyo lenguaje sólo interpretábamos nosotros. Eramos un grupo de periodistas y publicistas que aunque a penas hablamos acabado la carrera nos creíamos invencibles. Soñábamos con un mundo donde la fuerza de la palabra fueran los únicos ladrillos sobre los que se sustentara esta sociedad, entre sueño y sueño, de fondo sonando Joaquín Sabina.
Nos comíamos el mundo, y nuestra verborrea hacia que en nuestro mundo infinito fuéramos únicos y no digo que algunos no lo hayan conseguido, pero otros se quedaron a medio camino y algunos lo abandonaron.
También nosotros nos hemos desmembrado. Nos hemos hecho adultos y la vida nos ha comido. Demasiados compromisos en una vida que no deja de correr. A algunos los veo de vez en cuando en eventos donde coincidimos, y o forzamos encontraron, otros los vislumbro a través de RRSS y a algunos ya hace tiempo que les perdí la pista.
Nuestra prisa, nuestra falta de prioridades y nuestro afán por llegar a todo hace que en muchos casos nos perdamos lo mejor de la vida… Como aquellos cafés en «El huerto» ese mítico chalet en el corazón de Ruzafa o aquellas cenas llenas de fritanga en un bar que ahora, que mi paladar se ha gourmetizado me parecerían la antesala del infierno, pero que en aquel momento me parecían en mejor de los manjares… y por supuesto, las copas en Barrio 5.
Parece que fue ayer, pero ya han pasado 15 años desde la última vez que nos juntamos para bebernos la vida.