Cuando crees que el vaso está a punto de desbordarse, aún caben unas gotas más, y casi sin darte cuenta, tomas aire, despejas la mente y tomas un sorbo grande para seguir llenándolo.

En estos momentos complejos de confinamientos, teletrabajo, temores, incertidumbres y mascarillas de colores parece que cada día empieza con un sentimiento de ahogo que no desaparece.

Desde hace meses el desánimo planea sobre nuestras cabezas, y mientras lo hace tratamos de levantar el mentón para coger pequeñas bocanadas de aire y seguir, pero es tan complicado…

Nos afanamos en luchar contra viento y marea por vivir en normalidad, pero cuesta. Y somos conscientes de que entre todos podemos lograrlo, pero cuesta.

Y queremos estar al 100% en nuestro trabajo pero cuando hay bajas cuesta, y queremos estar al 100% en nuestra casa, con nuestros hijos, con nuestra familia… Pero son tantos los frentes abiertos, que cuesta.

Y no queremos estar tristes ni agobiados, pero cuesta, y cada día tenemos que coger impulso y recordarlo, pero cuesta.

Hace tanto tiempo que esta situación es la habitual (me niego a llamarlo nueva normalidad, porque de normal no tiene nada) que ya la tenemos interiorizada y queremos mostrar una fachada de fortaleza que está llena de grietas tapadas por tiritas.

Yo cada día sigo levantándome, y al pie de la cama cojo una buena bocanada de aire, al menos para recordarme que sigo respirando y tengo que seguir adelante, pero ya hace tiempo que decidí que tengo que permitirme el estar triste, porque es humano, y las personas lloran, se agobian y sufren.


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