Fallas de Valencia

No es lo mismo que no te guste una cosa a que te disguste, la primera implica respeto aunque no se comparta la deferencia con ella, la segunda lleva aparejada de manera intrínseca una confrontación directa. Esta semana se ha puesto de relevancia la segunda actitud tras el anuncio de que este año, en Valencia, tampoco tendremos Fallas.

Este hecho no ha sorprendido, viendo las cifras de contagios, era como el libro de García Marquez, «Crónica de una muerte anunciada» y lo cierto es que más allá de la fiesta, el jolgorio y la tradición, lo cierto es que este hecho da de lleno en la linea de flotación de una economía que tenia a numerosos sectores que bebían de esta fiesta.

Por ello, no entiendo que en algunos foros y sobre todo en las redes sociales donde muchas personas vomitan sus frustraciones, se regocijen en la suspensión. Primero porque la anulación implica que estamos viviendo un momento crítico como sociedad y segundo porque como digo, ya no sólo afecta a los lazos emocionales de cientos de valencianos, afecta a sus bolsillos.

Esta semana hablaba en mi programa de radio con Ernesto de Sostoa, uno de los indumentaristas destacados de nuestra ciudad, que ha echado el cierre de su negocio, esperemos que de momento, pero el sólo es un ejemplo de un gremio que agoniza, como el de los orfebres que crean aderezos y peinetas, el de los bordadores que crean las manteletas, los pirotécnicos, los artistas falleros, los floristas, bandas de música… estos de forma directa, porque indirectamente se ve perjudicada la hostelería (una vez más), la hotelería y un largo etcetera.

Desde que yo tengo memoria, han habido tres tipos de actitudes respecto a las fallas, una las de los que las aman, otros los de la que sin bien no forman parte de ellas, ni formarán, las respetan y por último, los que las odian y ven como una cruzada personal el acabar con ellas.

Yo, perdonenme ustedes, soy de los primeros. Soy fallera prácticamente desde que nací, y aunque es cierto que ha habido épocas en mi vida en que he estado más desvinculada de mi falla, lo cierto es que jamás me he borrado, y ahora tampoco lo haré. Mis hijos son falleros desde que nacieron, y eso que mi hija mayor aunque adora la falla, no se pone una peineta ni aunque le vaya la vida en ello. Mi marido era del segundo grupo de los que ni les va ni les viene, digo era, porque ahora también es fallero.

He experimentado el mundo de las fallas desde todos los ángulos, como fallera rasa, como Fallera Mayor, como directiva de mi falla, directiva en la agrupación de fallas, como periodista de diversos medios cubriendo información fallera y como trabajadora de una agencia montando eventos. Todo ello, me ha hecho tener una perspectiva amplia y comprender no sólo los esfuerzos que supone cada ejercicio fallero llevar adelante una comisión, los lazos que se generan en ella, los recuerdos imborrables que se establecen y también lo que implica, para lo bueno y lo malo, para un barrio, sino además de que la ciudad vive económicamente de ellas en muchos sentidos, alguno que no son ni apreciables por la gran mayoría, como pólizas de seguros, campañas publicitarias, artículos de regalo… Podría dedicar un post entero sólo a enumerar todos los sectores que viven de las Fallas en mayor o menor medida.

Las Fallas en Valencia son mucho más que la fiesta que transcurre de 14 al 19 de marzo. Son todo el año, implican el esfuerzo de todo el ejercicio fallero, son la ilusión y el sustento de cientos de familias durante todo el año y constituyen en sí misma una micro sociedad como tantas que existen en tantas ciudades del planeta.

A lo largo de los años, y cuando apenas nos adentrabamos en la pandemia el pasado 11 de marzo, ya surgían voces, algunas de ellas incluso reconocibles que hablaban que era el momento o bien de reformar la fiesta o bien de acabar con ella porque no tenía cabida en el siglo XXI. En cierto modo, puedo estar de acuerdo con los primeros, porque es verdad que si la sociedad avanza también tienen que hacerlo las diferentes parcelas de esta, pero con los segundos no.

¿Qué fundamenta que una fiesta así desaparezca? ¿Odio, intransigencia, incomprensión? Lo repito, no sólo es una fiesta es un dinamizador económico que se ha ido gestando a lo largo de numerosas décadas.

Y eso sin hablar del componente emocional. Creo que es complicado que si no eres fallero entiendas lo que implica, pero lo voy a intentar. Incluso en los periodos en los que he estado más alejada de la falla, he ido a la ofrenda a la Virgen de los desamparados, y no lo he hecho obligada, he ido por la emoción que provoca en todos nosotros recorrer la calle de la Paz para llegar a la plaza de la Virgen y ver su enorme manto hecho de flores. Llevar a mis hijos siendo bebes fue un momento de una carga emotiva tan brutal que se me eriza la piel cuando lo recuerdo. Sólo tres veces he faltado, durante los dos embarazos porque el traje no me cabía y porque me rompí el brazo. Tal es el sentimiento que este acto implica.

Ver crecer el monumento, a medida que lo van montando, descubrir su ironía, los nervios de saber si ha ganado… Ahora cientos de ellos reposan llenos de polvo, en casales y naves esperando cumplir la misión para la que fueron creados, pero este año tampoco será. En lugar de ser quemados rodeados de cientos de falleros que ven y perciben el poder purificador de las llamas en este rito eterno, a buen seguro que perecerán en soledad.

Perdonadme si no entiendo que os regocijéis en la suspensión, que os alegréis de la desgracia ajena porque no creo que existan motivos para hacerlo.

No obstante esta no es la primera vez que no ha habido fallas, y eso me reconforta. En realidad en 1886 no hubieron a causa de una protesta de los falleros frente al nuevo canon que exigía el Gobierno por plantar las fallas; en 1896 a causa de la Guerra de Cuba; y en los años 1937, 1938 y 1939, por la Guerra Civil. El fuego se puede aplacar pero la llama sigue viva, por eso me uno al grito fallero que se ha puesto de moda: Tornarem!!

Y sin duda alguna, lo haremos con más fuerza.


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