Yo confieso que soy feminista, y lo digo con orgullo; pero yo confieso que no siempre lo fui, al menos no de la forma consciente, convencida y combativa como lo que soy ahora.
Es cierto que todo ha sido un proceso derivado de la madurez pero también de mi experiencia vital y del autoconvencimiento de que si quiero un mañana diferente, tengo que empezar a luchar por él.
A buen seguro que aunque no era consciente de mi lucha interna, ya hace años que estaba presente en mi, pues experimentaba un pinchazo agudo cuando algún hombre, con más de 30 años cumplidos por mi parte, seguía llamándome con apelativos como: chiquita, bonica… O incluso un político del que no voy a hablar se daba el gusto de denominarme «pelailla» mientras ignoraba mi cara de pocos amigos.
Yo confieso que soy culpable haber sentido indignación y haber callado. Y soy culpable de haber tardado tantos años en poner palabra sobre palabra para decir lo que siento frente a la indefensión que aún sufre mi sexo; Y es que yo crecí en una sociedad donde se nos vendía que existía igualdad porque la democracia nos habla permitido votar, estudiar y tener nuestra propia cuenta corriente. Crecí en una sociedad que te vendía una igualdad ilusoria, pero afortunadamente todo esto está cambiando, porque mi generación y la que viene detrás no está dispuesta a esta autocomplacencia, quieren más, quieren comerse el mundo y es que ya era hora…
Podría deciros que sentí una especie de iluminación hacia mi condición de mujer y mi compromiso con el feminismo, pero mentiría.
Fue algo más sencillo, derivado de la cotidianidad. Fue cuando mi hija (que entonces tenía 4 años) y ya había cambiado el rosa por el azul vino un día del cole y me dijo que porqué cuando fuera mayor no podía ser pirata, pintora o astronauta, que porqué las otras niñas le decían que tenía ser princesa.
Mi respuesta fue sencilla: Tú serás lo que quieras ser.
A partir de ese momento fui consciente de que la fuerza y el valor de las palabras se lo damos cada una, y que si yo deseaba que mi hija pudiera ser quien quisiera, trabajar de lo que quisiera y ser dueña de su vida, si yo quería que realmente pudiera luchar por sus sueños, yo tenía que dar un paso adelante y expresar sin ningún tipo de autocensura lo que pienso y obrar en consecuencia.
Desde entonces participo en foros, en eventos y estoy presente en numerosas acciones tendentes al empoderamiento de la mujer, porque siempre he pensado que si queremos que la sociedad cambie, tenemos que empezar por uno mismo.
No me considero una «talibán» como aquellas que sacan punta a todo lo que nos rodea, no veo en todo un ataque por parte del patriarcado. Defiendo lo que considero justo desde una posición pensada, meditada y sobre todo acorde a mi propia experiencia, a mi forma de pensar y consecuente con quien soy.
Yo confieso que quiero una sociedad donde se produzca una igualdad real entre personas, que nadie esté por encima de otro, donde las oportunidades radiquen en las capacidades y en el trabajo y donde se ponga en valor todo lo que aportamos a la sociedad.
Yo confieso que estoy rodeada de mujeres estupendas, luchadoras todas ellas, grandes profesionales, madres en algunos casos… Supermujeres en todos ellos, y de hombres que las apoyan y luchan junto a ellas porque todo cambie. No todo está perdido.
Yo confieso que educo a mis hijos en la igualdad y en el respeto.
Yo confieso que seguiré luchando y defendiendo aquello en lo que creo, porque esas grandes mujeres que forman parte de mi vida, las de más de 60 y las de 1, todas ellas se merecen una sociedad mejor, y yo confieso que estoy orgullosa de ellas y que por eso les dedico estas palabras para que un día la igualdad entre hombres y mujeres sea tal, que no haga falta celebrar nada.